Ciudadanos, permanezcan alejados de la política

R. G., Marsella
La idea de que los medios de comunicación tienen que cumplir una función de propaganda y de control de la opinión pública forma parte del acervo cultural popular y de los pensadores democráticos occidentales, y de las prácticas corrientes de los gobiernos parlamentarios y democráticos. Las instituciones se mantienen cercanas a estas empresas.

Hay quien afirma que los medios de comunicación influyen en la opinión pública para que ésta acepte los puntos de vista que convienen a cierta élite económica. Ya en la que se considera la primera gran revolución popular democrática de Occidente, la Guerra Civil inglesa de 1640, señalaba el historiador Walter Clements en 1661: la revolución ha vuelto a la gente “tan arrogante que nunca tendrá la humildad necesaria para someterse a una ley civil”. Pero la definitiva institucionalización de la propaganda como modo de controlar la opinión en las sociedades democráticas se produce el 13 de abril de 1917 con la creación, en Estados Unidos, del Comité de Información Pública o Comisión Creel. Siete días antes el presidente Wilson, reelegido el mes anterior sobre la base de un programa que preconizaba la neutralidad de los Estados Unidos en la I Guerra Mundial, había declarado la guerra a Alemania. El objetivo de la Comisión Creel fue cambiar la percepción de la opinión pública, mayoritariamente en contra, sobre la guerra. Esto se consigue en tal sólo seis meses de intensa actividad propagandística. El éxito de las nuevas técnicas empleadas–parcialidad, ocultación, omnipresencia del mensaje y rápido flujo de informaciones– no pasa desapercibido ni al gobierno ni a las empresas.

Comisión Creel

Entre los miembros de dicha comisión se encuentran Walter Lippman y Edwadr Berneys. El primero se convertirá en uno de los periodistas más influyentes de EE UU y a través de libros como Public Opinion o The Phantom Public, desarrollará la idea según la cual el interés común escapa en gran parte a la opinión pública y sólo puede ser comprendido por “una clase especializada cuyos intereses personales trasciendan lo meramente local”. Hay por lo tanto que conseguir que el grueso de la población se contente con elegir, entre los miembros de la “clase especializada”, a los hombres responsables a los que corresponderá el proteger la riqueza de la nación. Para que la masa se contente con esto habrá que hacer lo que Lippmann describe como una “revolución en la práctica de la democracia”, es decir, la manipulación de la opinión y la “fabricación del consentimiento”, medios indispensables para gobernar al pueblo. “El público tiene que ser puesto en su lugar”, escribe, “con el fin de que los hombres responsables puedan vivir sin miedo de ser pisoteados por el rebaño de bestias salvajes”. Por su parte, Edward Berneys, sobrino de Freud, fundará en 1920 el primer despacho que ofrecerá a as empresas técnicas de propaganda, término que al tener en Estados Unidos una connotación negativa, cambiará por “consejero de relaciones públicas”. Se convierte así en el padre de la moderna industria de las relaciones públicas que han cultivado a partir de entonces tanto empresas como gobiernos. En su libro Propaganda escribirá: “La manipulación consciente, inteligente, de las opiniones y de las costumbres organizadas de la masa juega un papel importante en la sociedad democrática. Los que manipulan este mecanismo social imperceptible forman un gobierno invisible que dirige verdaderamente el país. [...] La minoría ha descubierto que podía influenciar a la mayoría según sus propios intereses. Ahora ya es posible modelar la opinión de las masas para convencerlas de que apliquen sus fuerzas en la dirección deseada. Dada la estructura actual de la sociedad, esta práctica es inevitable. En nuestros días la propaganda interviene necesariamente en todo lo que tiene algo de importancia en el plano social, ya sea en el ámbito de la política o de las finanzas, de la industria, de la agricultura, de la caridad o de la enseñanza. La propaganda es el órgano ejecutivo del gobierno invisible”. Al parecer el alcance de este tipo de opiniones se le escapaba porque, gracias a sus memorias, sabemos cuál fue su estupefacción cuando supo, en 1933, por boca de Karl von Weigan, periodista americano instalado en Alemania, que cuando Goebbels le mostró su biblioteca con obras consagradas a la propaganda, entre ellas se encontraba su libro Cristalizing Public Opinion.

leído en diagonalperiodico.net

0 comentarios:

top